Cuando llegué a Berlín hace ya casi cuatro años una de las cosas que más me llamó la atención tuvo que ver con el metro y los teléfonos móviles. Mis amigos y la gente de mi entorno no tenía móviles de nueva generación con conexión a Internet y cámara, sino que lo más común entre mis allegados era el típicos Nokia negro sencillísimo con el que sólo se puede hacer llamadas y enviar mensajes de texto. Ese fue el teléfono que empecé a utilizar entonces y después de cuatro años no he sentido la tentación ni la necesidad de cambiar de móvil ni modernizarme.
La segunda cosa que llamó poderosamente mi atención quizá esté relacionada con este asunto de los móviles prehistóricos: En el metro, tranvía, tren y en los autobuses de Berlín la gente todavía lee libros en papel. Y lo que es mejor, si uno se entretiene en los trayectos intentando leer los títulos de los libros que flotan suspendidos por el vagón, seguramente se encontrará con más de una sorpresa: la gente suele leer libros buenos, ¡no bestsellers!
Todo esto acarrea muchas implicaciones y tiene sus consecuencias. Stuart Braun, un escritor australiano afincado desde hace años en nuestro barrio, lo explica muy bien en este artículo.